Si aplicáramos los criterios establecidos por algunos gobiernos y medios occidentales en lo que respecta a las protestas en los países independientes -ya sea Irán, China (Hong Kong), Cuba o Bielorrusia- Francia estaría al borde la revolución y el pueblo francés estaría luchando por el derrocamiento de los actuales dirigentes y todo el sistema político. Sin embargo, ninguno de los grandes medios occidentales hará nunca esta interpretación cuando se trata de países occidentales u otros que siguen y aceptan las directrices y la tutela de EEUU.
En la actualidad, Francia vive una serie de huelgas y protestas generalizadas. El pasado 18 de octubre, diversas huelgas asolaron el país. La más grave ha sido la de las refinerías de petróleo, que amenazó con generar una grave escasez de gasolina y otros combustibles.
Las manifestaciones y protestas de signo abiertamente político han sido también continuas. Los franceses consideran que la crisis de la energía, generada por las sanciones europeas a Rusia, y el apoyo económico y en armas a Ucrania han creado una situación en la que puede afirmarse que los políticos europeos, y concretamente los franceses, no están sirviendo los intereses de sus países ni los de los electores que los han votado, sino fundamentalmente las directrices de EEUU, que busca beneficiarse económicamente de la crisis energética causada por la reducción o interrupción de los suministros de gas rusos para vender su propio gas licuado a Europa a precios totalmente abusivos. Por tanto, estos políticos europeos están cometiendo un delito de alta traición al sacrificar los intereses europeos en favor de los estadounidenses. El propio Macron ha denunciado esta política abusiva de EEUU, sin dar marcha atrás, sin embargo, con respecto a sus anteriores decisiones.
Todo ello ha llevado a un serio deterioro de las condiciones de vida que los franceses ya venían sufriendo y que dio lugar hace pocos años al amplio movimiento de protestas de los chalecos amarillos, que se manifestaron semanalmente durante meses en contra de la política económica de Macron. Ahora, es probable que este movimiento se refuerce dado el declive de la situación económica y la crisis energética generados por las sanciones anti-rusas en la guerra de Ucrania.
En las últimas manifestaciones, como la del día 23 de octubre en París, miles de parisinos protestaran ya no contra el deterioro económico sino contra la política francesa, y más ampliamente europea, en relación con el conflicto en Ucrania. Los manifestantes denunciaron la política actual del presidente Macron, la UE y la OTAN afirmando que solo provoca la escalada del conflicto, por lo que demandaron que Francia abandone cuanto antes estas organizaciones. También denunciaron el conflicto como “una guerra de poder de EEUU y la OTAN, junto con Ucrania, para derrotar a Rusia y vender el gas de esquisto estadounidense a la UE” y rechazaron las sanciones contra Moscú.
En resumen, se trata de una abierta rebelión popular contra las políticas y personalidades del gobierno francés y un llamamiento a su derrocamiento. Macron no ha podido convocar ninguna manifestación que supere en número a estas protestas en defensa de sus políticas. No ha habido tampoco concentraciones en favor de la OTAN o la entrega de armas a Ucrania.
La reacción de los principales medios franceses y occidentales no ha sido la de dar un gran eco a estas protestas, sino la de rebajar su importancia o silenciarlas directamente. Y mucho menos las han definido como una consecuencia del cansancio popular ante las políticas europeas contra Rusia y un deseo del pueblo francés de derrocar al régimen. Tampoco se ha denunciado la violencia policial contra los manifestantes en diversas partes de Francia y las amenazas del gobierno francés de obligar a los huelguistas a suspender su protesta mediante órdenes forzosas de reincorporación.
El objetivo es continuar con esa narrativa de autoengaño que lleva presente durante las pasadas cuatro décadas en los medios y en la mente de algunos círculos de poder en Occidente y que habla de “la inminente caída de la República Islámica”, ya sea primero debido a la guerra lanzada contra el país por Saddam en la década de 1980, o posteriormente a los disturbios o protestas, que nunca han logrado reunir un número significativo de personas, ya sea dentro o fuera de Irán, como puede verse en las recientes manifestaciones anti-iraníes en Madrid o Berlín, que han contado con un número insignificante de asistentes.
Cabe señalar también que las protestas en Irán, como en otros países, están protegidas por la ley mientras se desarrollen de forma legítima y no a través de la violencia o los disturbios. Ha habido protestas en Irán debido a diversos temas y reivindicaciones en las últimas décadas y que se han producido dentro de un ámbito de normalidad.
Pese a estar inmersa en protestas y en episodios de violencia policial, Francia ha decidido injerirse directamente en los asuntos de Irán y condenar lo que calificó de “represión violenta” de las manifestaciones desencadenadas por el trágico episodio de la muerte de Mahsa Amini en ese país.
Irán, por su parte, ha denunciado esta injerencia del Ministerio de Exteriores francés y ciertos responsables franceses convocando el encargado de negocios de Francia el 29 de septiembre a su Ministerio de Exteriores. También ha condenado la presencia de tres responsables franceses en manifestaciones anti-iraníes en París. ¿Qué ocurría si altos funcionarios iraníes se manifestaran en Teherán en favor de los manifestantes franceses apaleados por la policía francesa y sus reivindicaciones?
También cabe cuestionar el silencio de Francia y otros países occidentales y sus responsables oficiales en los casos de asesinatos y brutal represión cotidiana de los niños y mujeres en Palestina. ¿No es hora ya de poner fin a todos estos dobles raseros e hipocresía?
Source: Sitio de Al Manar en Español