El régimen israelí y el movimiento de resistencia Hamas, con la mediación de EEUU, Egipto, Qatar y Turquía, firmaron un nuevo acuerdo de alto el fuego en la madrugada del pasado jueves, dos años y dos días después del inicio de la devastadora guerra genocida en Gaza.
Estos dos años, desde el 7 de octubre de 2023, han sido testigos de cómo el régimen de Tel Aviv, con el apoyo de sus aliados occidentales, en particular EEUU, ha cometido horrendos crímenes de guerra, asesinando a más de 67.000 palestinos, la mayoría niños y mujeres, según la Oficina de Medios de Gaza.
El resultado ha sido una catástrofe humanitaria y unos crímenes contra la humanidad de una escala sin precedentes en la era moderna. Sin embargo, la perdurable resistencia palestina ha desafiado todos los pronósticos, demostrando que el derecho prevalece sobre la fuerza.
Lo que comenzó como una promesa de “victoria total” se ha convertido en un fracaso decisivo para el proyecto sionista. A pesar de los incesantes bombardeos, el asedio y la hambruna, el régimen de Benyamín Netanyahu en Tel Aviv no ha logrado ninguno de sus objetivos estratégicos ni políticos en Gaza.
En primer lugar, Netanyahu prometió acabar con Hamas y aplastar la resistencia palestina. Sin embargo, dos años después del inicio del conflicto en Gaza, la resistencia se ha mantenido firme y organizada. Hamas continuó combatiendo hasta el último día y causando bajas a los ocupantes israelíes, que han perdido, según cifras oficiales, hasta 1.153 soldados muertos en Gaza, sin contar con las decenas de miles de heridos, muchos de los cuales sufren amputaciones o graves trastornos psicológicos.
El régimen israelí practicó una política de terror y genocidio que tenía como objetivo doblegar la voluntad del pueblo palestino. Para ello, destruyó barrios enteros, bombardeó hospitales y escuelas y provocó una hambruna a gran escala en Gaza. Sin embargo, incluso en medio de un sufrimiento inimaginable, el espíritu de firmeza, o sumud, no ha hecho más que fortalecerse entre los palestinos, quienes se niegan a someterse, rendirse o abandonar su patria.
“Israel” tenía, sin duda, como objetivo expulsar a los palestinos de Gaza creando condiciones de vida insoportables que empujaran a los palestinos a irse de la Franja. El objetivo de “Israel” de expulsar a los gazatíes a los áridos desiertos de Egipto o dispersarlos en el extranjero ha sido recibido con un feroz rechazo, tanto por parte de la resistencia como de la propia población.
Los palestinos tienen muy arraigado el recuerdo de 1948, cuando las acciones criminales de grupos terroristas sionistas y el terror que desataron llevaron a cientos de miles a abandonar sus hogares en los territorios ocupados en 1948. La lección para los palestinos es que no abandonarán su territorio incluso si les va la vida en ello. La población de Gaza, incluso confinada en tiendas de campaña improvisadas o en las ruinas de sus hogares, se ha negado a aceptar el destino de otra Nakba.
Otra de las promesas de Netanyahu fue el de liberar por medio de la fuerza a los prisioneros israelíes, que fueron capturados con el propósito de realizar un canje con miles de prisioneros palestinos que languidecen en las prisiones israelíes. Todo intento de liberarlos por medios militares solo ha provocado más pérdidas y humillación para el régimen de ocupación. Solo mediante un anterior acuerdo, violado por “Israel”, y el actual estos prisioneros israelíes han podido recuperar la libertad mientras que sus familias han denunciado la indiferencia de Netanyahu y su gobierno ante su suerte. De hecho, decenas de ellos han muerto debido a los bombardeos del ejército israelí.
Los planes israelíes de reocupar Gaza o construir asentamientos ilegales en medio de la guerra genocida han fracasado también ante las nuevas realidades políticas, diplomáticas y militares. Cada bomba lanzada no ha hecho más que fortalecer la determinación palestina e intensificar la oposición global a las ambiciones coloniales de “Israel”. A esto hay que añadir que la ambición ancestral del régimen israelí de anexionar la Cisjordania ocupada y hacer realidad su proyecto del “Gran Israel” se ha convertido en un espejismo geopolítico. La resistencia local, el escrutinio internacional, las investigaciones de la Corte Penal Internacional y las crecientes divisiones internas dentro de la entidad sionista han obstaculizado su avance.
A todo ello hay que añadir el aislamiento creciente y la condena internacional que ha provocado el genocidio de Gaza entre los miembros de la comunidad internacional. El mundo ha presenciado, en vivo y en tiempo real, el asesinato en masa de niños y mujeres palestinos, la destrucción de hogares y hospitales, la hambruna de familias y la desaparición de comunidades enteras. Gaza se ha convertido en el primer genocidio de la historia transmitido en vivo a miles de millones de personas en todo el mundo a través de los medios y las redes sociales.
La historia recordará la guerra genocida de Gaza como uno de los períodos más oscuros de la era moderna, propiciado por el silencio global y facilitado por los regímenes occidentales, especialmente EEUU y sus aliados. Desde las Naciones Unidas hasta la Corte Penal Internacional, la Corte Internacional de Justicia, el Consejo de Derechos Humanos y ONG internacionales, existe hoy un consenso sobre la comisión de crímenes de guerra, limpieza étnica y genocidio por parte de Israel en Gaza. La CPI ha emitido órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benyamín Netanyahu, y el exministro de asuntos militares, Yoav Gallant, mientras que juristas siguen exigiendo responsabilidades.
La Fundación Hind Rajab, con sede en Bruselas —que lleva el nombre de una joven palestina asesinada por el régimen israelí en Gaza—, ha documentado los crímenes de guerra israelíes y ha presionado a gobiernos de todo el mundo para que actúen contra los soldados israelíes que visitan sus países.
Movimientos estudiantiles, sindicatos, artistas, abogados, académicos y deportistas se han unido a los llamamientos al boicot y las sanciones contra el régimen, antes considerados impensables. La opinión pública, especialmente entre las generaciones más jóvenes de los países occidentales, ha cambiado radicalmente. La narrativa, antes dominante, de la supuesta “autodefensa” del régimen israelí ha quedado expuesta como falsa e hipócrita.
A pesar de reclutar a influencers y gastar millones para difundir propaganda sionista sobre el 7 de octubre y sus consecuencias, el régimen no ha logrado convencer al público global. Los periodistas ciudadanos en Gaza, armados con teléfonos inteligentes y una valentía inquebrantable, han desmantelado décadas de engaños y mentiras.
Desde Sudáfrica hasta Latinoamérica, de Londres a Yakarta, de Italia a España, millones de personas están unidas ahora en apoyo a Palestina y su liberación de la ocupación israelí. La causa palestina se ha convertido en un símbolo universal de resistencia contra décadas de ocupación ilegal, opresión y colonialismo.
Todo este panorama convenció a la administración estadounidense de que ya no se podía ignorar las repercusiones internacionales de la agresión israelí ni el creciente aislamiento de “Israel” en el escenario internacional, en particular con el creciente reconocimiento internacional del Estado palestino y la expansión del movimiento de solidaridad popular en todo el mundo. A esto hay que sumar el fracaso del Ejército israelí en terminar con la resistencia en Gaza, lo que llevó al gobierno de Trump a cambiar de táctica.
El genocidio de Gaza no solo ha dañado la imagen de “Israel”, que se ha convertido en un paria internacional, sino también la de EEUU como un cómplice del genocidio. “Israel” y EEUU están ahora aislados dentro de las organizaciones internacionales y cuentan solo con el apoyo de unos pocos países.
Habrá que ver, sin embargo, si este acuerdo va a perdurar dado el historial del régimen israelí de violar continuamente los acuerdos que ha suscrito. Esto exige una continuación de la movilidad internacional y de los esfuerzos para aislar y boicotear al régimen genocida cuya voluntad para continuar cometiendo un genocidio es bien conocida, en especial en un contexto de crecientes crisis políticas y divisiones dentro de la propia entidad sionista.