Desde que, tras la Segunda Guerra Mundial, EEUU se convirtió en una superpotencia, el punto central de su estrategia ha sido el impedir la formación de una potencia o grupo de potencias en el espacio euroasiático, que fuera capaz de alcanzar una posición de poder que le permitiera hacer frente a los intentos de EEUU de imponer su hegemonía mundial.
EEUU buscó aplicar el principio de rodear a los enemigos, en especial la Unión Soviética/Rusia y China, con sus sistema de alianzas y bases militares. También buscó implementar el principio de “divide y vencerás”, que fue utilizado por los países colonialistas no solo dentro de los territorios bajo su control sino en el planeta en su conjunto. En un primer momento, durante la Guerra Fría, EEUU utilizó pretextos ideológicos, como el combate contra el comunismo o en favor de la democracia, para luchar contra sus rivales. Sin embargo, tras el fin de la Unión Soviética, resultó claramente que la hegemonía era el objetivo real y que la oposición al comunismo fue solo un pretexto.
EEUU violó sus promesas al último dirigente soviético, Mijail Gorbachov, y expandió la OTAN hacia el Este para aislar a Rusia y buscó, al mismo tiempo, crear una alianza de países asiáticos y del Pacífico contra China (Japón, Australia, India y otros) y explotar las disputas sobre las islas del Mar de la China Meridional y el Mar de la China Oriental para aislar a China de sus vecinos asiáticos. Al mismo tiempo, aprobó sanciones contra Rusia y China y, sobre todo, contra Irán.
La “arrogancia del poder” que prevaleció entre los tomadores de decisiones estadounidenses fortaleció su convicción de que se podían aplicar políticas hostiles al mismo tiempo contra un grupo de países que poseían amplias capacidades políticas, militares y económicas y una larga trayectoria histórica y cultural a nivel mundial para obligarlos a someterse a su liderazgo unilateral y aceptar dictados que contradecían su seguridad nacional.
EEUU creyó que el despliegue de su potencia de fuego durante la invasión de Iraq en 2003, que fue llamado deliberadamente “conmoción y pavor”, sería suficiente para anular cualquier voluntad de desafiar su dominio por parte de estos países.
Cuando Barack Obama llegó al poder, y ya se perfilaba que China iba pronto a adelantar a EEUU como primera potencia económica mundial, anunció su famoso “giro” hacia Asia. clasificando a China como una gran amenaza, pero no se echó atrás en el plan de cercar a Rusia insistiendo en la llegada de la OTAN a sus fronteras. En ese momento, algunos grandes pensadores estratégicos estadounidenses, como Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional del ex presidente Jimmy Carter, Brent Scowcroft, asesor de seguridad nacional de George Bush padre, y Henry Kissinger, advirtieron contra antagonizar a Rusia y China al mismo tiempo. La administración de Obama, la administración de Donald Trump y la actual administración de Biden no prestaron atención a tales advertencias.
Frente a la agresión y presiones estadounidenses, China y Rusia comenzaron a establecer una alianza, que cristalizó en la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai, dirigida a crear un marco de seguridad en el continente euroasiático que protegiera a los países de la región del terrorismo, y a frenar los intentos de EEUU de penetrar en Asia Central. Irán, por su parte, fue admitido como miembro observador en esta alianza, que incluye también a varios países de Asia Central y actualmente a Pakistán e India.
Irán mostró también su interés en el proyecto chino del Cinturón y la Ruta o la Nueva Ruta de la Seda, que supone el establecimiento de una serie de rutas terrestres y marítimas que permita a China enlazar con los países de Oriente Medio y Europa. Irán, en este sentido, ha establecido en los años recientes nuevas rutas ferroviarias con Turquía e Iraq, al oeste, y Pakistán y Afganistán, al este. También ha creado el Cinturón Norte-Sur, que permitirá a los países asiáticos llegar desde el Océano Índico hasta Rusia y Europa de una forma más rápida y barata que la del Canal de Suez.
La confluencia de intereses y la amenaza común que suponen las políticas hegemónicas de EEUU dirigidas contra ambos han llevado al acuerdo estratégico de 25 años firmado el sábado en Teherán. Para Irán, China es el principal socio comercial y los lazos con Pekín tienen el potencial de contrarrestar las sanciones estadounidenses. Cabe recordar que China es el primer socio comercial con Irán y en los próximos meses se dispone a importar un millón de barriles de petróleo iraní. Para China, Irán es un abastecedor energético de confianza, que no va a interrumpir sus suministros energéticos a Pekín en caso de recibir indicaciones de EEUU en tal sentido, contrariamente a lo que ocurre con otros suministradores de petróleo, como Arabia Saudí y otros países árabes del Golfo Pérsico.
Cabe señalar que las sanciones estadounidenses y del seguidismo europeo hacia las mismas ha enseñado a Irán una valiosa lección. No es posible confiar en los países occidentales, que no respetan sus tratados y compromisos firmados, como ha sucedido con el acuerdo nuclear de Irán. La aproximación al Este es, pues, la alternativa que los iraníes necesitan. Por supuesto, Washington pagará el precio de su hostilidad al favorecer la creación del poderoso bloque Rusia-China-Irán, que llevará a un declive inevitable a EEUU no solo en la región asiática, sino en el conjunto del planeta.