Tres años no fueron suficientes para abordar los desafíos internos que enfrentan los nuevos gobernantes en Kabul, especialmente en el nivel de educación de las jóvenes en las etapas posprimarias, y la formación de un gobierno que incluya a todos los componentes afganos. Sin embargo, se pueden observar algunos cambios en la relación del gobierno liderado por el movimiento talibán desde 2021 con el mundo exterior, ya sea con respecto a las Naciones Unidas, o a las relaciones con algunos países cercanos a Afganistán, o incluso lejanos, como Nicaragua, el último unirse a las filas de los países que enviaron un embajador a Kabul.
El “gobierno talibán” y las Naciones Unidas: avances limitados
Desde el regreso de los talibanes al poder, las Naciones Unidas no han cedido en sus demandas de redactar una constitución para el país y mejorar el historial de derechos humanos del movimiento, específicamente hacia las mujeres y las minorías. Sin embargo, este año ha sido testigo de avances limitados, el más destacado de los cuales fue la presencia de una delegación de talibanes por primera vez en las reuniones de Doha, organizadas periódicamente por las Naciones Unidas para discutir los asuntos afganos, ya que una delegación de los talibanes participó en la tercera edición, tras estar ausente en las dos pruebas anteriores.
A la reunión asistieron funcionarios y diplomáticos de 25 países, lo que la organización internacional consideró un avance diplomático en términos de convencer a los talibanes de sentarse a la mesa de negociaciones y discutir las preocupaciones de la “comunidad internacional”, mientras que los círculos del movimiento lo consideraron una “victoria política” para ellos y un “fracaso” en sus esfuerzos por aislarlos en la escena internacional, sobre todo teniendo en cuenta su éxito a la hora de imponer sus condiciones en la agenda del foro en términos de excluir a los opositores afganos de la reunión, además de abandonar temas en la discusión como un gobierno nacional integral.
El enfoque internacional para tratar con los talibanes, consistente en negarles el reconocimiento diplomático y limitar la cooperación con ellos a programas de apoyo “humanitarios”, no se aparta de las grandes líneas de la estrategia de EEUU, aunque este último está más interesado en qué puede rendir la cooperación con el movimiento en asuntos relacionados con la “lucha contra el terrorismo”, en comparación con lo que los nuevos gobernantes de Afganistán pueden ofrecer en otros temas.
Rusia, China e Irán: romper con el “enfoque de aislamiento” de EEUU hacia los talibanes
La realidad de las fluctuantes relaciones de los talibanes con algunos de sus aliados de ayer no es ningún secreto, como Turquía y Qatar, a los que el movimiento retiró de un acuerdo para operar los cinco aeropuertos del país, así como Pakistán ante la tensa situación de seguridad en la frontera entre ambos países. La parte pakistaní insiste en acusar a los talibanes de facilitar el trabajo de grupos terroristas basados en la frontera, que participan activamente en la realización de ataques dentro del vecino Pakistán, algunos de los cuales apuntan a cuarteles generales del ejército. Entre estos grupos se encuentran: “Yaish Fursan Muhammad”, “Ansar Jorasan”, “Yihad Khorasan” y “Tehrik-e-Yihad Pakistan”, la mayoría de los cuales son fachadas de grupos más grandes como los “Taliban Pakistan” y “Hafiz Gul Bahadur”, que están vinculados a Al-Qaida.
Sin embargo, la “previsión” de las relaciones de los talibanes afganos con algunas potencias internacionales y regionales influyentes, como Rusia e Irán, parecía prometedora para los líderes del movimiento. Aparentemente, esas potencias, que no giran en la órbita estadounidense, abordan el expediente afgano en gran medida desde el ángulo de frustrar los esfuerzos occidentales en Afganistán. Como es sabido, Moscú y Teherán, junto con Pekín, se opusieron a finales del año pasado a un proyecto en los pasillos del Consejo de Seguridad de la ONU para nombrar un enviado especial de la ONU para asuntos de paz en Afganistán, adoptando así la posición del movimiento, al considerar que el mencionado nombramiento era una “interferencia en los asuntos internos de Afganistán” y una medida innecesaria después del nombramiento anterior del diplomático turco Feridun Oglu como coordinador especial de la ONU para Afganistán.
Pekín, por su parte, dio un nuevo paso hacia Kabul a principios de este año, que se manifestó en la aceptación de la acreditación del embajador del gobierno talibán en China, casi cuatro meses después de nombrar un embajador en Kabul. Este paso está dictado por consideraciones relacionadas con el deseo de China de establecer la ecuación de “seguridad para el desarrollo y la inversión”. Según esta ecuación, los talibanes intercambiaron la evacuación de combatientes uigures de la frontera china en el este del país, y medidas similares que siguieron con otros grupos extremistas, sobre todo el “Talibán Pakistán”, a cambio de fortalecer la presencia china en el sector de la minería y las riquezas minerales, en el marco del afán de Pekín por llenar el vacío dejado por el alejamiento occidental de Afganistán en más de un nivel, en un país que contiene las segundas mayores reservas de cobre del mundo.
Rusia, octavo socio comercial del país asiático, y a pesar de sus intentos desde la retirada de EEUU en 2021 de mantener la misma distancia con los distintos partidos afganos recibiendo a figuras opuestas a los talibanes, en particular al líder del Frente de Resistencia Popular, Ahmad Shah Massud, ha comenzado recientemente a alejarse del enfoque tradicional que ha caracterizado durante mucho tiempo sus relaciones con el movimiento, como confirmó su presidente, Vladimir Putin, hace unos dos meses, en presencia de representantes talibanes durante la 27.º Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Rusia está avanzando hacia “establecer relaciones plenas” con el gobierno del movimiento como “representante de la autoridad en Afganistán”. Moscú mide su posición en Afganistán por las posiciones de sus vecinos, los países de Asia Central, que son miembros de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, un bloque militar liderado por Moscú, y que temen el retorno de la actividad de organizaciones terroristas en la región, lo que les lleva a esperar una cooperación en materia de seguridad con los talibanes y no sólo una cooperación económica, como es el caso de Kazajistán, que recientemente eliminó al movimiento de su lista de organizaciones terroristas.
Según fuentes de inteligencia occidentales, la iniciativa de Moscú y Pekín de reforzar el acercamiento a los talibanes surge de su deseo común de ofrecer al movimiento alternativas en más de un nivel, especialmente en el de seguridad, con la esperanza de bloquear cualquier forma futura de cooperación en materia de inteligencia entre ellos y EEUU, sobre todo desde que el candidato republicano a la presidencia estadounidense, Donald Trump, había presentado hace aproximadamente un año visiones sobre la posibilidad de llegar a entendimientos con los talibanes en torno a la base de Bagram, con el objetivo de utilizarla con fines de espionaje hacia China. Estas preocupaciones chino-rusas se ven alimentadas por informes de los medios sobre la reciente participación de elementos de las Fuerzas Especiales estadounidenses, en conjunto con los talibanes, en operaciones de combate contra el grupo Daesh Jorasan, además de la filtración de un documento del Departamento de Estado estadounidense que indicaba la existencia de una discusión seria dentro de Washington sobre las oportunidades de su cooperación (no oficial) con los talibanes en la “lucha contra el terrorismo” y la posible reapertura de un consulado en la capital afgana.
En cuanto a Irán, que recientemente tomó la iniciativa de aceptar al cónsul talibán para gestionar el consulado afgano en la ciudad de Mashhad, tras un tira y afloja entre ambas partes, algunos tendieron a considerar su posición en la categoría de un incentivo para alentar al movimiento a cooperar constructivamente en el expediente de los refugiados afganos, mientras que otros sugirieron que esto era en el contexto de identificarse con la estrategia de los aliados internacionales de Teherán, que se basa en confrontar la estrategia estadounidense destinada a aislar a Afganistán.
A lo anterior se suma la flexibilidad que el nuevo gobierno afgano ha comenzado a mostrar en su política exterior hacia los países vecinos, lo que se reflejó en una conferencia diplomática regional organizada por el movimiento a principios de 2024. con la asistencia de representantes de casi una veintena de países que mantienen intercambios diplomáticos con Kabul, como Azerbaiyán, que abrió su embajada el pasado mes de febrero, y la India, que entregó la embajada afgana en Nueva Delhi a los talibanes en 2023.
Según la revista Foreign Affairs, los avances de Kabul en las relaciones con la mayoría de las potencias regionales e internacionales vecinas, especialmente China, constituyen “el mayor logro de los talibanes en política exterior y la culminación de los esfuerzos del nuevo régimen por fortalecer sus relaciones con esos países”. En cuanto al Centro Stratfor, colocó este progreso en el marco de que los países vecinos de Afganistán alcanzaron la convicción de que “el enfoque de compromiso (diplomático) con el movimiento es la manera menos costosa y más efectiva de lograr sus intereses estratégicos y abordar sus preocupaciones de seguridad.”
Source: Al Akhbar