El jueves pasado, la Administración Trump anunció el fin del programa secreto de la CIA para proporcionar armas, dinero y entrenamiento a grupos opositores armados sirios. No hay duda de que esto facilitará la resolución del conflicto sirio ya que supone un golpe militar, y también moral, a estos grupos terroristas, falsamente llamados “moderados”, y también un reconocimiento público del fracaso de la política de EEUU en Siria, diseñada y puesta en práctica por la Administración Obama.
Durante seis años, la CIA entrenó a las facciones armadas sirias en bases en Jordania, Turquía e incluso dentro de la propia Siria gastando cientos de millones de dólares y entregando toneladas de armas y municiones. Una gran parte de éstas acabaron en manos del Frente al Nusra, la filial siria de Al Qaida, o fueron utilizadas en las guerras intestinas entre los grupos. Pero tal operación fracaso rotundamente en su objetivo: el de derrocar al gobierno de Bashar al Assad en Siria.
Ahora, sin embargo, EEUU ha puesto fin al apoyo a estos grupos siguiendo un antiguo deseo de Trump quien se preguntó hace meses públicamente: “¿Quién es esta gente? No les conocemos”. En realidad, esta decisión no es sorprendente a la luz del cambio de prioridades de la política norteamericana, los acuerdos con Rusia logrados por la actual administración estadounidense y el fracaso de los grupos armados no sólo en derrocar al gobierno sirio sino también en conservar el terreno y evitar unas permanentes guerras intestinas.
Este fracaso afecta también a los aliados de EEUU en la guerra de Siria, comenzando por Arabia Saudí y Qatar, envueltas ahora en un enfrentamiento interno que ha supuesto otro golpe más a los grupos políticos y armados opositores en Siria, y acabando por Turquía, que se enfrenta ahora a una poderosa fuerza kurda hostil en su frontera y a un choque estratégico con EEUU, principal sostenedor de dichos combatientes a los que Ankara ve como terroristas.
De hecho, según el experto en cuestiones de Oriente Medio Yezid Sayigh, el anuncio norteamericano puede haber sido una “concesión hecha a Rusia”, pero al mismo tiempo tiene lugar en medio de una crisis con Turquía, uno de los principales sostenedores del ESL y otros grupos armados. Turquía ha condenado el apoyo norteamericano a las milicias kurdas y su agencia oficial publicó hace unos días un detallado relato sobre el número y efectivos de las bases de EEUU en Siria, en lo que parece una venganza del gobierno de Recep Tayyip Erdogan.
La derrota del plan anti-sirio de EEUU es una buena noticia para la región de Oriente Medio y el mundo, ya que su objetivo no era el de “difundir la democracia y la libertad” sino dividir y debilitar a los estados de la región -como ha pasado en Libia, Iraq o Yemen- mediante agresiones directas o guerras internas sectarias con el fin último de garantizar la hegemonía del régimen sionista, que continúa siendo el factor principal de desestabilización de toda la región.
De este modo, la oposición siria ha aprendido la simple lección de que aquellos que confían en EEUU acaban por ser abandonados por éste -como fue el caso del ejército survietnamita, los muyahidines afganos o las Fuerzas del Despertar en Iraq- con la única excepción, por el momento, de Israel, aunque es probable que la ocupación israelí acabe haciendo frente al mismo destino dentro de un tiempo.