29-03-2024 12:04 PM Tiempo de Jerusalén

Las elecciones presidenciales sirias en el contexto sirio e internacional

Las elecciones presidenciales sirias en el contexto sirio e internacional

Bashar al Assad continuará siendo presidente de Siria durante un tercer mandato.

Bashar al Assad continuará siendo presidente de Siria durante un tercer mandato. No hay duda de ello. Sus oponentes y sus patrocinadores, incluyendo EEUU y otros países occidentales, saben bien que él obtendrá una notable victoria el próximo 3 de Junio por la razón fundamental de que él representa ahora para la mayoría de los sirios el símbolo de la lucha por la independencia frente a un grupo de regímenes enemigos de Siria, cuyo objetivo es el de destruir el país y acabar con su rol regional e internacional, y frente a la amenaza del terrorismo, cuyo oscurantismo y crueldad han causado indignación y repulsa entre la población siria.

La resistencia, encabezada por Assad, frente a la conspiración internacional ha puesto de manifiesto la solidez de los pilares del estado y el pueblo sirios, que han frustrado un proyecto de cambio de régimen en el cual varios estados, incluyendo las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico, han gastado miles de millones de dólares.

La conyuntura nacional e internacional favorece también la reelección de Assad. En el plano político interno, la Coalición Nacional Siria sufre ahora una fuerte crisis en medio de las luchas internas por la influencia y el poder entre sus dirigentes y los países que les financian. Esta guerra intestina y su falta de representatividad convierten a la coalición en una entidad inoperante.

En el plano militar las cosas van igualmente bien para el gobierno sirio. La derrota de los grupos armados en la campaña del Qalamún, las próximas victorias en Homs y en la Guta Oriental, el bloqueo de las ofensivas de los grupos terroristas en Latakia y Alepo y otros factores arrojan ya pocas dudas de que, más pronto o más tarde, la victoria militar sobre el fenómeno del terrorismo se convertirá en una realidad ineludible.

En el norte de Siria, el Estado Islámico en Iraq y Siria (EIIS) sigue su guerra contra el Frente Islámico y el Frente al Nusra, que incluye ejecuciones masivas cometidas por los dos bandos. Estos combates internos consumen la fuerza de estos grupos takfiris facilitando así los avances del Ejército sirio en esta parte del país.

Esto coincide también con una serie de acuerdos de reconciliación que han permitido al Ejército tomar algunas localidades de la provincia de Damasco sin lucha. Algunos oficiales que habían desertado del Ejército, como el general de brigada Mohammad Abu Zaid, que formó parte del Estado Mayor, han anunciado su retorno a la institución militar.

En el contexto árabe, el hundimiento del proyecto de los Hermanos Musulmanes en Egipto tras la intervención del Ejército ha afectado negativamente a sus homólogos sirios, que constituyen una parte significativa de la oposición exterior. La adopción por parte de Egipto de un rol más equilibrado en lo que respecta a Siria ha contribuido también a debilitar la influencia saudí y qatarí en el seno de la Liga Árabe, donde otros grandes países, como Iraq y Argelia, han desbaratado recientemente un intento de Arabia Saudí dirigido a entregar el escaño de Siria a la Coalición Nacional Siria. Muchos países árabes han reanudado en secreto sus contactos con Damasco, especialmente en el terreno de la seguridad, y buscan ahora vías de normalización con las autoridades sirias.

Los sirios han visto también el ejemplo de lo ocurrido en los países que sufrieron el embite de la Primavera Árabe, como Libia o Yemen, donde existen fuertes crisis políticas y la integridad territorial se encuentra en un serio peligro.

El modelo turco, que EEUU vendió en una ocasión como el más conveniente para los países islámicos, se ha derrumbado también a los ojos del mundo como consecuencia de la deriva autoritaria del régimen de Recep Tayyip Erdogan y su represión contra los manifestantes. Hoy en día, la política neo-otomana de Erdogan y su ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, recuerda a los árabes los peores días del dominio otomano y genera sólo desconfianza y rechazo.

Las divisiones en los estados del Golfo, concretamente entre Arabia Saudí y Qatar, ha puesto en crisis también el modelo del Consejo de Cooperación del Golfo, donde no existe unidad política más allá de las cesiones políticas limitadas y puntuales de algunos de esos países a Arabia Saudí. En este último país, la lucha abierta por el poder entre diferentes grupos de la familia real y la creciente disidencia apuntan asimismo a un debilitamiento de su influencia regional.

EEUU, por su parte, está ocupado con el dossier de Ucrania, las fracasadas negociaciones entre palestinos e israelíes y las conversaciones nucleares con Irán y tiene poco tiempo para el dossier sirio. Además, las revelaciones sobre un intento de grupos vinculados a Al Qaida en Siria de atacar una base estadounidense en Jordania -lo que motivó el ataque de la aviación jordana contra los vehículos donde los militantes viajaban- ha llevado a algunos analistas norteamericanos a ver con claridad que la expansión del terrorismo en Siria acabará por dañar a EEUU, sus intereses y a sus aliados en Oriente Medio y fuera de la región.

En este sentido son ya pocos -con la excepción del régimen absolutista de la familia Al Saúd y Erdogan en Turquía- los que apuestan todavía por la caída del gobierno de Bashar al Assad. Assad es la más firme garantía de la resistencia del Estado y el Ejército sirios. Su derrocamiento llevaría al hundimiento del aparato del estado y la conversión de Siria en un territorio sin ley y un santuario para los terroristas similar a lo que fue el Afganistán de los talibanes, donde Al Qaida podía operar libremente y planear atentados en otras partes del mundo.

Algunos miembros de la Administración Obama y sus aliados turcos y saudíes han estado intentando crear un “oposición moderada” de laboratorio, aunque estos sueños irreales se han estrellado con la realidad sobre terreno. Poco antes de su última visita a Riad, en Marzo, Obama realizó dos gestos hacia los saudíes, que abogan por una guerra total contra Siria. Por un lado, cerró la embajada siria y varios consulados en EEUU y restringió el movimiento del embajador sirio en la ONU. Por otro, prometió más armas a los elementos “moderados” y afirmó que estaba considerando incluso el armar a los rebeldes con misiles antitanques y antiaéreos.

Según un sitio israelí, dos milicias, el Ejército Sirio Libre y el Frente Revolucionario Sirio, han recibido armas avanzadas estadounidenses, incluyendo misiles antitanques BGM-71 TOW. Ambas milicias son aliadas del Frente al Nusra, vinculado a Al Qaida, con el que luchan codo a codo. El líder del Frente Revolucionario Sirio afirmó además en unas recientes declaraciones que no veía “ninguna razón” para oponerse a esta última organización.

Esta situación no hace felices a muchos analistas estadounidenses que creen que ya es hora de que EEUU adopte otro enfoque en lugar de ceder ante las presiones de aliados regionales como la Turquía de Erdogan o Arabia Saudí, que son exportadores de terrorismo e inestabilidad a sus vecinos y a toda la región. La acción de estos regímenes ha creado un foco en Siria que atrae al terrorismo internacional, incluyendo a miles de ciudadanos de países occidentales.

En este sentido, la historia juzgará a Assad como el dirigente que contribuyó a frenar al terrorismo mundial y su expansión por Oriente Medio, Europa y otras regiones. Por otro lado, condenará a los dirigentes occidentales hipócritas que fomentan el terrorismo y se alían con los peores déspotas para conseguir sus objetivos hegemónicos en el mundo árabe y a nivel internacional.

El intento de estos líderes de imponer una dictadura wahabí de estilo talibán en Siria, un país orgulloso de su herencia multicultural y multirreligiosa, ha servido también para poner de manifiesto el fraude que ha supuesto la así llamada “guerra contra el terrorismo” lanzada por George W. Bush tras los atentados del 11-S y ha dejado ver la utilización oportunista de este fenómeno que realizan EEUU y otros países occidentales cuando favorece a sus intereses.